Sobre mí Ángel G.
Desde chico, he sentido una enorme simpatía hacia los perros. En casa de mi tío Marcos, o en casa de mi abuela Victoria, los perros eran los compañeros de juego de mi primo, mi hermano y yo, cuando sólo contábamos entre 5 y 6 años. La llegada de la noche significaba que los canes eran puestos en libertad para patrullar por los corredores y animar con las estrellas el concierto de la noche. Así, sin proponérmelo, descubrí la asociación que hacían los antiguos entre los perros y las horas nocturnas: una noche, sentada junto a mi cama, mi tía abuela Lourdes me enseñó a no tener miedo a la oscuridad, contándome que mientras los perros estuvieran rondando por la casa, estaría protegido de los malos espíritus. Otras veces, nuestras travesuras agotaban la paciencia de los mayores, que nos imponían la tarea de bañar a los perros para entretenernos y a la vez ayudar con los quehaceres. Aquella diversión impuesta como castigo acabar...
Desde chico, he sentido una enorme simpatía hacia los perros. En casa de mi tío Marcos, o en casa de mi abuela Victoria, los perros eran los compañeros de juego de mi primo, mi hermano y yo, cuando sólo contábamos entre 5 y 6 años. La llegada de la noche significaba que los canes eran puestos en libertad para patrullar por los corredores y animar con las estrellas el concierto de la noche. Así, sin proponérmelo, descubrí la asociación que hacían los antiguos entre los perros y las horas nocturnas: una noche, sentada junto a mi cama, mi tía abuela Lourdes me enseñó a no tener miedo a la oscuridad, contándome que mientras los perros estuvieran rondando por la casa, estaría protegido de los malos espíritus. Otras veces, nuestras travesuras agotaban la paciencia de los mayores, que nos imponían la tarea de bañar a los perros para entretenernos y a la vez ayudar con los quehaceres. Aquella diversión impuesta como castigo acabaría por ser un pasatiempo, y después en un oficio ejercido con el rigor de una profesión. Cuido de los perros porque ellos cuidaron y continúan cuidando de mis horas de sueño. Son mis ángeles de la guarda. Pienso que amarlos y darles atención se asemeja a esa reverencia que solían tener los egipcios limpiando a sus ídolos. Me ocupo de los peludos para garantizarme el favor de los dioses de colmillos.